Hans Urs von Balthasar ha sido un eminente teólogo del siglo XX. Su peculiaridad fue poner el acento en la belleza (en la Gloria divina, como la llama él) como condición de posibilidad del acceso a la experiencia de Dios. De Dios, lo primero que sabemos es su belleza, después su bondad y finalmente su verdad. La revelación divina, antes que verdad y bondad, es belleza.
Ciertamente, pudiera parecer la reflexión de este buen hombre un canto al desocupo existencial. Pero si lo leemos con detenimiento es muy fiel a la estructura cultural en la que vivimos actualmente. El ser humano de nuestro entorno vital, yo mismo -por ejemplo-, en ocasiones siente cansancio de estar permanentemente analizando las cosas para trascenderlas, o incluso, por los desgastes propio de la biografía personal, ya no mira primeramente qué ha de hacer de bueno para transformar lo malo. Esto no quiere decir que se renuncie a esas ineludibles tareas de la existencia cotidiana.
Se trata, por tanto, de algo más simple. No raramente uno necesita unos instantes de admiración y contemplación que le eleven el ánimo gratuitamente. Y entonces, quizás siente el deseo de poner en práctica lo vivido y posteriormente contarlo como una experiencia digna de ser tenida como cierta.
Para H.U. von Balthasar, a Dios se le siente primero como amor incondicional (esto es la Belleza), después se le imita en su Bondad y finalmente se le afirma como Verdad.
Viene esta sencilla introducción a cuenta de una lectura teológica en este tiempo de cambios que vive la Iglesia universal, y en el ámbito que nos ocupa, la Iglesia de Albacete.
Cambiar es bueno además de necesario. Pero ha de hacerse de un modo bello. Podríamos incluso afirmar que hay una estética trascendental en los dinamismos de conversión institucional. Entiéndase trascendental en sentido kantiano, a saber, la estética como condición de posibilidad de un cambio que deviene posteriormente como bueno, deseado y cierto.
Muy contrariamente, un cambio en las instituciones del que no se percibe su forma bella (su estética) no estaría respetando el itinerario baltasariano hacia la verdad, a no ser que dicha no-percepción revelara una determinada nostalgia de la citada belleza.
Ciertamente, lo feo también tiene un poder, el de reclamar con fuerza lo que con debilidad se tuvo. O dicho con sencillas palabras: otro vendrá que bueno te hará.
No es este el caso, porque fue tal la debilidad que se tuvo, que pocos sentirán la tentación de añoranza. Por eso, quien suscribe, tiene la sensación de que se aventan tiempos complejos donde la ausencia de belleza se quiera vender, casi a precio de saldo por la presunta presión de su urgencia, como buena y cierta.
Un servidor, incluso, estaría de acuerdo en tal apreciación si habláramos de una bondad y una certidumbre postmodernas donde, dada su liquidez, ya se ha liquidado cualquier anhelo de sentido común, léase, comunitario.
Pero, lo dicho, las formas no bellas en los cambios institucionales vician notablemente los procesos de transformación, convirtiéndolos a medio plazo en engendros estériles. Y si no, ¡al tiempo!
Salvando las distancias, lo dicho para el gobernante tiene su correlato en los gobernados. Así como las respuestas son el mejor indicio del encaje de las preguntas, cómo reaccionan los gobernados es el mejor indicador de la salud de su conciencia.
La ausencia de belleza en la toma de decisiones no puede ser contestada por el seguidismo, ni por la comprensión del contexto, ni por la disculpa, ni por la indiferencia, ni por la pseudo espiritualidad del paciente que todo lo soporta. Porque, entre otras cosas más sutiles, estarían dando razón al refrán: el necio manda y el tonto anda.
Por ello, H. U. von Balthasar descubrió la máxima expresión de belleza en el cuerpo crucificado de Cristo que, lejos de ser espectáculo feo, es más bien contemplación de la máxima Gloria Divina porque se manifiesta no como Poder sino como Amor humillado y como Palabra silenciada; y así, Cristo sacó a la luz toda belleza, el amor se hizo digno de fe, la bondad se reveló más fuerte que el pecado y la verdad logró expresar su mayor poder de convicción.
Si esto es así, los gobernados por los gobernantes no-bellos, han de ser fieles a su propia dignidad actuando en consecuencia y no como si nada hubiera pasado. En esto residirá su belleza.
Y si no es así, de ellos tampoco podrá predicarse ni su bondad, ni su veracidad, entre otras cosas, porque no será posible percibirles en su forma bella, es decir, sensata.
©Fco Jesús Genestal Roche.
Ciertamente, pudiera parecer la reflexión de este buen hombre un canto al desocupo existencial. Pero si lo leemos con detenimiento es muy fiel a la estructura cultural en la que vivimos actualmente. El ser humano de nuestro entorno vital, yo mismo -por ejemplo-, en ocasiones siente cansancio de estar permanentemente analizando las cosas para trascenderlas, o incluso, por los desgastes propio de la biografía personal, ya no mira primeramente qué ha de hacer de bueno para transformar lo malo. Esto no quiere decir que se renuncie a esas ineludibles tareas de la existencia cotidiana.
Se trata, por tanto, de algo más simple. No raramente uno necesita unos instantes de admiración y contemplación que le eleven el ánimo gratuitamente. Y entonces, quizás siente el deseo de poner en práctica lo vivido y posteriormente contarlo como una experiencia digna de ser tenida como cierta.
Para H.U. von Balthasar, a Dios se le siente primero como amor incondicional (esto es la Belleza), después se le imita en su Bondad y finalmente se le afirma como Verdad.
Viene esta sencilla introducción a cuenta de una lectura teológica en este tiempo de cambios que vive la Iglesia universal, y en el ámbito que nos ocupa, la Iglesia de Albacete.
Cambiar es bueno además de necesario. Pero ha de hacerse de un modo bello. Podríamos incluso afirmar que hay una estética trascendental en los dinamismos de conversión institucional. Entiéndase trascendental en sentido kantiano, a saber, la estética como condición de posibilidad de un cambio que deviene posteriormente como bueno, deseado y cierto.
Muy contrariamente, un cambio en las instituciones del que no se percibe su forma bella (su estética) no estaría respetando el itinerario baltasariano hacia la verdad, a no ser que dicha no-percepción revelara una determinada nostalgia de la citada belleza.
Ciertamente, lo feo también tiene un poder, el de reclamar con fuerza lo que con debilidad se tuvo. O dicho con sencillas palabras: otro vendrá que bueno te hará.
No es este el caso, porque fue tal la debilidad que se tuvo, que pocos sentirán la tentación de añoranza. Por eso, quien suscribe, tiene la sensación de que se aventan tiempos complejos donde la ausencia de belleza se quiera vender, casi a precio de saldo por la presunta presión de su urgencia, como buena y cierta.
Un servidor, incluso, estaría de acuerdo en tal apreciación si habláramos de una bondad y una certidumbre postmodernas donde, dada su liquidez, ya se ha liquidado cualquier anhelo de sentido común, léase, comunitario.
Pero, lo dicho, las formas no bellas en los cambios institucionales vician notablemente los procesos de transformación, convirtiéndolos a medio plazo en engendros estériles. Y si no, ¡al tiempo!
Salvando las distancias, lo dicho para el gobernante tiene su correlato en los gobernados. Así como las respuestas son el mejor indicio del encaje de las preguntas, cómo reaccionan los gobernados es el mejor indicador de la salud de su conciencia.
La ausencia de belleza en la toma de decisiones no puede ser contestada por el seguidismo, ni por la comprensión del contexto, ni por la disculpa, ni por la indiferencia, ni por la pseudo espiritualidad del paciente que todo lo soporta. Porque, entre otras cosas más sutiles, estarían dando razón al refrán: el necio manda y el tonto anda.
Por ello, H. U. von Balthasar descubrió la máxima expresión de belleza en el cuerpo crucificado de Cristo que, lejos de ser espectáculo feo, es más bien contemplación de la máxima Gloria Divina porque se manifiesta no como Poder sino como Amor humillado y como Palabra silenciada; y así, Cristo sacó a la luz toda belleza, el amor se hizo digno de fe, la bondad se reveló más fuerte que el pecado y la verdad logró expresar su mayor poder de convicción.
Si esto es así, los gobernados por los gobernantes no-bellos, han de ser fieles a su propia dignidad actuando en consecuencia y no como si nada hubiera pasado. En esto residirá su belleza.
Y si no es así, de ellos tampoco podrá predicarse ni su bondad, ni su veracidad, entre otras cosas, porque no será posible percibirles en su forma bella, es decir, sensata.
©Fco Jesús Genestal Roche.
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